Javier Hermida

Acuarelas Libres

Acuarelas en formato 25 x 32,5, de tema libre.

Retama saturada Sombra luminosa Sombras en rama Templo ruso Textura leñosa Torso masculino Tronco de eucalipto 2 Acantilados blancos Tronco de olmo Tronco poderoso Vestido blanco Vestido negro Victoria de Samotracia Acequia Almadraba en Zahara Buganvilla Cacharro con pez De sol a sol Manglar Recuerdo

EL GOBIERNO DEL AGUA

El siglo XVIII registra la boga de este bello procedimiento (la acuarela). Fragonard, por su factura rápida y su paleta variada y brillante, fue uno de los artistas que cultivó con entusiasmo esta técnica, que tanto se presta a una manera libre y ligera. Pero el auge de la tentativa fue pasajero. Olvidado durante el Imperio y la Restauración, quedó el procedimiento relegado a Inglaterra, en la que llegó a convertirse en favorito.


La cita pertenece al libro “Técnicas y secretos de la pintura”, de un tal J. Bontcé, publicado por LEDA Ediciones de Arte en 1950. Me lo regaló mi vecino y buen amigo Manuel Silva, conocido pintor alcalareño, al que visitaba todas las tardes de verano para verlo pintar. Yo tenía doce años y él ya era anciano, con un pulso terrible y que, curiosamente, se dedicaba a pintar miniaturas al óleo. Su temblique desaparecía en cuanto tocaba la medallita. Volviendo al libro, conceptos como “factura rápida” o “paleta variada y brillante” llenaban mi cabeza de interrogantes y promesas. Entonces no existía Internet, así que nunca pude ver esas acuarelas “libres y ligeras”, como tampoco pude disfrutar de las acuarelas inglesas hasta mucho más tarde. Fue mi querido tío Paco quien despertó mi interés por esta técnica deslumbrante, regalándome una caja de colores muy básica que, naturalmente, tenía que probar y tantear. Descubrí, con dolor, que el “procedimiento” era peliagudo, que el agua era ingobernable y que la acuarela me había seducido para siempre.


Más tarde pude ver, por fin y gracias a la maravilla de Internet, acuarelas de todo el mundo, de todos los tiempos y de todos los artistas dedicados a ella, como también me enteré de que J. Bontcé era el seudónimo de una mujer, Mercedes Bonet Mercé, una esforzada divulgadora de técnicas artísticas que, seguramente, tuvo que buscarse, o se lo buscaron, un sobrenombre para parecer más solvente.


Mercedes también escribió, en ese mismo libro:


En la forma más clásica y purista de este procedimiento solo se utilizan colores transparentes diluidos en agua; los efectos de la luz se obtienen por el blanco del papel y sin intervención alguna del pigmento blanco.


Más misterios, más complicaciones, más desafíos para un diletante como yo. Tomé aquella reserva, la de no utilizar el pigmento blanco, como una prohibición sagrada, un mandamiento inviolable que contenía algún tipo de sabiduría venerable. Al gobierno del agua, que tiene sus propias reglas y caprichos, se unía la condena de no usar el blanco, bajo pena de fullería. Y la pelea con este “bello procedimiento” se convirtió en un camino iniciático en el que había que sufrir necesariamente para llegar a cierto estado de armonía final, estado que nunca llegó, ya que el agua, los pigmentos, el papel y los pinceles añaden categorías de enredo ilimitadas.


Todavía hoy, muchos años después y con cientos, miles de acuarelas en mi bagaje, un papel en blanco, bien tensado y puro, cuyo tacto ya es evocador, significa un reto difícil de acometer, y del que no se puede asegurar el resultado. Por eso me gusta aceptar el lance y disponer las manchas de acuarela entendiendo su propia rebeldía, controlando solamente su limpia belleza (la transparencia, el corte de la mancha, el color sincero, los fundidos elegantes...) y esperar a que se sequen para ver qué me dicen y qué quieren ser sobre el cuadro. Esa intención es la que abastece la presente colección “Acuarelas libres”, las cuales, con el único requisito del formato, advierten al espectador de la naturaleza curiosa, inquieta y expectante de su autor. Y utilizando el pigmento blanco, si hace falta.