Sevilla, según León Roch, tiene todo el prestigio de la belleza y de la gracia en sus callejas, llenas de luz, y en sus plazas, inundadas de sol, como en sus jardines, eternamente floridos, se refleja todo el encanto de la tierra y la alegría del carácter; parece especialmente formada para el placer y la fiesta. Con esta prosa, antigua y acicalada, se expresaba el autor de cierta guía de Sevilla que, en su momento, tituló como “nueva”.
Más tarde, el escritor se entretiene explicando las innumerables razones por las que todo visitante se queda deslumbrado ante los atractivos de Sevilla. Los sevillanos ya son conscientes de ello y proclaman a boca llena que su ciudad es “la más bonita del mundo”. Frases como “En Sevilla hay que morir”, “Sevilla tiene una cosa, que solo tiene Sevilla”, “Sevilla enamora al mundo”, “Sevilla es punto y aparte”...trascienden las canciones y se conforman como tópicos del lenguaje local. La anécdota, repetida mil veces, que mejor representa la idea de Sevilla como centro del mundo o coordenada cero-cero emocional es la del torero que faenaba en una plaza lejana y que, cuando decidió regresar inmediatamente a su ciudad, fue protestado por sus seguidores: “¡Maestro, qué lejos está Sevilla!”, a lo que el torero respondió: “¡No!, Sevilla está donde tiene que estar, lo que está lejos es esto.” La genial respuesta se atribuye, sobre todo, a Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”, aunque también se la adjudican a Rafael Guerra Bejarano, “El Guerra” y a Ricardo Torres Reina, “Bombita”, y el lugar donde ocurrió bien pudo ser La Coruña, Barcelona, alguna plaza de Francia o el puerto de Palos, llegado de América, según las versiones.
Sevilla es, hoy día, una gran ciudad, incluso una metrópoli que, no obstante, no ha perdido su aire doméstico y amable y que conserva con brillantez toda su grandeza. También es “silla y asiento de ciencias sagradas y profanas”, según el autor citado al principio, como bien puede constatarse en su fiesta esencial, la Semana Santa, representación máxima de los misterios religiosos y, a la vez, paganos.
El escenario y concurrencia de tales misterios es inigualable y supone, según el antropólogo sevillano Isidoro Moreno, un “hecho social total”. Este es el contexto ante el cual Stravinsky expresó una sentencia inolvidable: “Estoy escuchando lo que veo, y estoy viendo lo que escucho”. Don Igor estaba contemplando el paso de La Virgen del Refugio, de la cofradía de San Bernardo, en su trecho por la Puerta de la Carne, mientras la Banda Municipal de Sevilla interpretaba la marcha “Soleá, dame la mano” de Font de Anta. Transcurría el año 1921 y estaba con su amigo Serguéi Diáguilev, el afamado productor de sus revolucionarios ballets, y este no es un detalle trivial, teniendo en cuenta a qué se dedicaban ambos, uno a la música y otro a la escenografía y la performance, voz inglesa sin traducción adecuada al castellano,pero que define con puntería, a mi parecer, ese hecho social total que ocurre cada año, eternamente igual y distinto, y por supuesto en primavera, en las calles de Sevilla.
No soy un devoto arrebatado ni un animoso cofrade, pero sí un admirador rendido de don Igor y, a la vez, de las glorias paisajísticas de la ciudad de Sevilla, y siento profundamente lo que él dijo, como he sentido la necesidad de explicar Sevilla con mis acuarelas, revelar ese escenario a la luz del sol del Sur, el mayor regalo que la naturaleza puede conceder a una ciudad tan hermosa como Sevilla.